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Impacto de la Conferencia de Berlín y de estrategias de dominación globalistas en algunas grandes tragedias africanas

  • Márcio Forti
  • 30 may
  • 29 Min. de lectura

- Márcio Forti¹


La violación colectiva del continente africano, el reparto de la profanación.
La violación colectiva del continente africano, el reparto de la profanación.
Reparto continental por algunas potencias europeas.
Reparto continental por algunas potencias europeas.

Este artículo tiene como objetivo presentar las causas y consecuencias, principalmente, de dos grandes tragedias africanas, la artificialidad de Nigeria y el dualismo estatal Ruanda-Burundi, ocurridas tras la consolidación del proceso de descolonización de los Estados africanos, presentando los diversos factores y aspectos desde los de carácter cultural, étnico, religioso e histórico hasta los socio-económicos y geopolíticos, que abarcan este complejo escenario estructural fronterizo continental. O sea, aunque también abordaremos casos sui generis, como el de Etiopía, que es heredero de una civilización ancestral, el artículo abordará, sobre todo, el carácter artificial del Estado nigeriano y el detonante del estallido que fue el calvario colectivo en la región de los grandes lagos africanos.


Como sabemos, la enorme mayoría de los países africanos representa entidades políticas artificiales, siendo creados por fuerzas colonialistas de ciertas potencias europeas, en el escenario geopolítico de la Conferencia de Berlín de 1894–95, que institucionalizó la profanación colectiva que fue el reparto administrativo europeo ante una África impotente y sumergida ante los dictados, mandos y abusos de una media docena de relevantes actores geopolíticos ubicados al norte del mediterráneo, algo que se siente todavía en nuestros días, con heridas abiertas y una interminable ola de resquicios destructivos, que asolan el continente africano, legándole a un escenario de subdesarrollo y un rotundo retraso tecnológico.


Como analista en Relaciones Internacionales, historiador y geopolitólogo, me resulta, rotundamente interesante, aprender sobre África, su gente y sus coyunturas estructurales, tanto culturales, como geopolíticas y geoeconómicas. Hay varias tribus, lenguas, costumbres, historias, leyendas, mitos, culturas, religiones, tradiciones y celebraciones a lo largo y ancho del complejo y extenso continente africano, que va desde el Mediterráneo hasta el cabo de Buena Esperanza. Es genial aprender sobre esa enorme variedad presente en el continente. Muchos, lamentablemente, hablan de África como si fuera un conjunto homogéneo, siendo lo mismo. Están totalmente equivocados, como veremos a lo largo de este significativo artículo.


1- Conferencia de Berlín, la profanación colectiva del continente africano


La Conferencia de Berlín, que se celebró entre el 19 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero de 1885, tuvo como objetivo, organizar, en forma de reglas, la ocupación del continente africano por las potencias coloniales, resultando en el reparto geopolítico de África, sin respetar las diferencias étnicas, los aspectos culturales, religiosos e históricos de los pueblos que habitaron esta vasta extensión territorial, siendo una división, por lo tanto,

totalmente arbitraria, que resultaría, obviamente, en una serie de entidades políticas artificiales.


El congreso fue propuesto por Portugal y organizado por el canciller Otto Von Bismarck, artífice del proceso de unificación alemán, así como, Francia, España, Italia, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Estados Unidos, Suecia, Inglaterra Austria-Hungría y el Imperio Turco- Otomano. Cabe mencionar que, los tres últimos, aunque Inglaterra teniendo una fuerza de proyección mundial mucho más significativa, además de Rusia, habían representado los actores geopolíticos protagónicos del orden institucional europeo instituido por el Congreso de Viena (1815), algo que perduró hasta los éxitos de las unificaciones tardías de Bulgaria (1885), Italia (1870), Rumania (1859 y luego en 1918 y 1941), Serbia (1882) y Alemania (1871), casi seis décadas después, que modificaron el equilibrio de fuerzas en el escenario geopolítico continental.


Alemania, el país anfitrión, recién consumado su proceso de unificación estatal, no tenía colonias en África, pero sí tenía este deseo para estar, al menos a la par, de sus vecinos, competidores directos por recursos geoestratégicos, lo viendo satisfecho, comenzando a administrar el sudoeste de África, ahora Namibia, además de Tanganica, actual región continental del territorio de Tanzania, donde en 1964, se unió a la isla de Zanzíbar para formar el país, rompiendo el anhelo de consolidación del concepto de un Gran Omán, como pretendían los irredentistas omaníes, pues dicha región pertenece al universo histórico-cultural omaní.


Washington, por su parte, tenía una colonia en África, Liberia, algo obtenido, relativamente tarde, pero era una potencia en ascenso y recientemente había pasado por una sangrienta guerra civil (1861–1865) relacionada con la abolición de la esclavitud en ese país, algo que Inglaterra ya lo había abolido en su imperio, en 1834. Turquía, aún bajo el paraguas de la iconografía otomana, tampoco poseía colonias en África, pero era el centro operativo del Estado que conformaba el aparato del Imperio Otomano, con intereses en el norte continental. Los restantes países europeos, que no fueron contemplados en el reparto colectivo de África y que también eran potencias comerciales o industriales, con intereses en aquel vasto continente, hicieron lo posible para emprender la ruta hacia el sur.


Después de esta conferencia, Portugal presentó un proyecto, el famoso Mapa Rosa, que consistía en conectar Angola con Mozambique para tener una comunicación entre sus principales colonias africanas, facilitando el comercio y transporte de mercancías entre ellas. Sucedió que, aunque todos estaban de acuerdo con el proyecto, Inglaterra, al margen del Tratado de Windsor, sorprendió con la negación respecto al proyecto e hizo un ultimátum, conocido como el Ultimátum inglés de 1890, amenazando con severa agresión bélica si Portugal no abandonara el proyecto. Portugal, por temor a una crisis, no creó una guerra con Inglaterra y todo el proyecto se vino abajo.


Como resultado de esta conferencia, Inglaterra comenzó a administrar todo el sur de África, con la excepción de las colonias portuguesas de Angola y Mozambique, además del sudoeste y este de África, con la excepción de Tanganica, compartiendo el oeste y la costa norte con Francia, España y Portugal (Guinea-Bissau y Cabo Verde). La actual República Democrática del Congo, por su parte, que estuvo en el centro de la disputa, el propio nombre de la Conferencia en alemán, “Congo Conference”, Congo continuó como “propiedad” de la Asociación Internacional del Congo, cuyo principal accionista era, el Rey Leopoldo II de Bélgica, entidad política artificial europea, que también comenzó a administrar los pequeños reinos montañosos del este, Ruanda y Burundi, algo que tendría trágicas consecuencias, como veremos en la segunda parte del artículo. O sea, en ex-Zaire consistía en una propiedad personal del Rey Leopoldo II, que venía, dicho de paso, de la monarquía inglesa.


2- Procesos de formación estatal y la especificad etíope, el caso sui generis continental


Existe un concepto en las Relaciones Internacionales, denominado Proceso Natural de Formación de los Estados Nacionales, expresado en ocasiones como la autodeterminación de los pueblos, pero con elementos más complejos, en el que señala la concepción de que, las fronteras nacionales, se han forjado durante siglos y milenios, conformando la idea de un pueblo específico, anclado a un territorio determinado compartiendo una serie de ejes identitarios comunes, costumbres, cultura, lengua, creencias, tradiciones, celebraciones, festividades, entre otros aspectos culturales, componiendo los famosos elementos compartidos que dan forma a una colectividad idiosincrática. Cuando esta convivencia se desarrolla por mucho tiempo, es cuando se funda una unión que da el paso para forjar una cultura e historia común y compartida, que pronto se sostiene en tradición, herencia y patrimonio, estableciendo así, recursos para la construcción y consolidación de un Estado soberano, de manera que, los aspectos culturales e históricos presentados sean los bastiones responsables por sostener las fronteras nacionales.


Una gran parte de los países del mundo proviene de este proceso. Podemos mencionar, por ejemplo, los casos de Rumania, Irán, Hungría, Serbia, Eslovenia, Etiopía, Noruega, Islandia, México, Paraguay, Malasia, Japón, Corea, China, Bolivia, Laos, Camboya, nomas por mencionar algunas de las expresiones nacionales más significativas y trascendentes ubicadas en diferentes regiones del globo terráqueo. En el continente retratado, como vemos, se destaca el nombre de Etiopía, una de las pocas naciones africanas existentes, país ubicado en el cuerno de África.


Etiopía, de hecho, aunque eso suena raro para el sentido común, representa una de las pocas naciones africanas existentes. Es decir, países que representan expresiones nacionales auténticas y reales, o sea, entidades políticas que sean naciones por su concepción semántica clásica. Existe claramente el concepto de un alma colectiva etíope, algo legado de su trayectoria histórica única exclusiva, desarrollando y consolidando, a lo largo de milenios de historia, común y compartida, ejes identitarios y elementos culturales comunes a una cierta comunidad etnolingüística, que se encuentra anclada a una estirpe y a una concepción civilizacional. Y no cualquiera, sino la civilización más fuerte, ancestral, arraigada y orgullosa de toda África subsahariana, una potencia económica y militar regional, con casi 122 millones de habitantes. Quizá eso explica, la razón por la cual, en un caso extraño en este continente, jamás haya sido colonizada por europeos, con la excepción en el efímero momento de ocupación italiana.


No obstante, Etiopía no estuvo implicada en la profanación colectiva protagonizada por ciertas potencias europeas, en el reparto geopolítico africano, en la coyuntura de la Conferencia de Berlín de 1884–85, en la cual, las potencias luchaban por el control de recursos energéticos en el mundo. Así siendo, Etiopía, fue el único Estado africano, junto a Liberia, que mantuvo su independencia durante el reparto de África por parte de las potencias coloniales europeas en el siglo XIX. La nación tiene su propia versión de cristianismo ortodoxo, pero también, fuertes tradiciones islámicas y milenarias conexiones con el judaísmo ancestral, no con la versión creada por la retórica sionista moderna, a través de un revisionismo apátrida producido en laboratorios por meramente una profunda conveniencia geopolítica, atendiendo a los intereses de una cierta espuria élite cosmopolita.


Etiopía, por lo tanto, así como Irán, trae su propio calendario, su propia escrita, una cultura muy específica y dicen tener, si no fuera poco, el mejor café del globo terráqueo. Así siendo, por toda esa idiosincrasia fenomenal identitaria, Etiopía huye a cualquier categorización maniquea sobre África, casi todas ellas, bajo la óptica superficial y reduccionista. Las divisiones artificiales que nosotros historiadores siempre abordamos para retratar el continente desconectan a Etiopía de esa lógica. Existe, por ejemplo, la África bereber arabizada, la anglófona, la francófona, la lusófona, la hispánica, la germanófona y Etiopía, en un evidente ejemplo sui generis. Existen los países claramente cristianos (aunque todos ellos con un profundo elemento sincrético de cuna animista) y los islámicos, ubicados más al norte del continente, arriba del Sahara al eje septentrional del Sahel. Y, en un grupo casi totalmente aislado, la particular Etiopía, donde todo se mezcla, aunque bajo el manto cultural civilizacional de la vertiente cristiana ortodoxa etíope, que representa, dicho de paso, la columna vertebral de la identidad nacional.


Aunque ciertos países, como Zambia, Somalia, Marruecos (heredero de la dinastía de los idrisíes, remontándose al lejano año de 789), entre uno que otra, se puede identificar la existencia de una especificidad nacional, con ciertos elementos aglutinantes, conformando un alma colectiva, nada se compara, a lo largo y ancho del continente africano, con el carácter altamente sui generis del profundo panteón nacional etíope. La nación actual es heredera del consagrado Imperio etíope, entidad política de enorme relevancia en la arquitectura de fuerzas en la África medieval, teniendo una duración de 705 años, desde el derrocamiento de la dinastía Zagüe, en 1270, hasta la abolición de la monarquía, en 1975. Se le considera el descendiente directo del Reino de Aksum, existente desde el siglo IV a. C., razón por la cual, es considerado uno de los Estados más antiguos del mundo. O sea, Etiopía representa, en la concepción de nación, la antítesis de lo que configura la actual Nigeria.


Por otro lado, en oposición a este proceso, se crearon países, a través de fronteras arbitrarias, en las que se apuntaron los intereses geopolíticos de las metrópolis o grandes potencias coloniales. Esta trágica distribución, que se desarrolló principalmente en África subsahariana y en algunas regiones de Asia, no respetó las diferencias étnicas, culturales, religiosas de los pueblos originarios, lo que resultó en el nacimiento de varios Estados artificiales, en los que, miembros de una misma etnia fueron dispersos en varios países y miembros de agrupaciones étnicas muy diferentes han constituido la población de una misma entidad política. Irak, Afganistán, Pakistán, Benin y Nigeria, por ejemplo, son grandes ejemplos de entidades políticas artificiales creadas por el colonialismo. La República de Benín, para mencionar un caso vecino, es el resultado artificial de la expansión colonial francesa, que unió los antiguos reinos del pueblo fon (Dahomey y Porto Novo) con numerosos pueblos del interior, formando la colonia de Dahomey.


Como podemos ver, la Conferencia de Berlín de 1884–85, representa un elemento importante en la historia de la humanidad, que dejó de tomar en cuenta, el Proceso Natural de Formación de los Estados Nacionales. Otro fenómeno geopolítico contemporáneo, que juega un papel relevante en esta falta de respeto, generando otra camada de entidades políticas artificiales, es el Acuerdo Sykes-Picot-Sazonov de 1916, en la coyuntura de la Primera Guerra Mundial, además del legado de las invasiones otomanas en los Balcanes y en la meseta iraní (el Cáucaso, en este caso, la actual República de Azerbaiyán, que comprende una especie de república artificial panturkista.


3- La tragedia estatal de la artificialidad del Estado nigeriano moderno


La primera de las dos grandes tragedias africanas descritas en este artículo consiste en el complejo caso de Nigeria. Entre 2008 y 2013, por ejemplo, en un lapso de siete años, más de 32.000 personas han muerto en enfrentamientos etno-religiosos en Nigeria. Para comprender mejor estos conflictos y tensiones, es necesario mirar de cerca el gran mosaico étnico, religioso y cultural que es este país africano. Nigeria, con cerca de 924 mil km2, prácticamente el tamaño del sureste de Brasil, que abarca los estados brasileños de Minas Gerais, São Paulo, Rio de Janeiro y Espirito Santo, con más de 120 millones de habitantes, es el país más poblado de África. Nigeria, como ya se mencionó, representa un claro ejemplo de una entidad artificial creada en 1914, en este caso por los ingleses, que unieron el Norte, predominantemente sunita, dominado por las etnias hausa y fulani, como estrategia de dominación; con el Sur, predominantemente cristiano y animista, dominado por las etnias yoruba e ibo. En otras palabras, pueblos culturalmente muy distintos, que habían integrado a diferentes estructuras gubernamentales a lo largo de la historia.


Para que los lectores tengan una idea de la heterogeneidad de la población nigeriana, destacamos que se trata de un país africano con una población musulmana expresiva, sobre todo en el norte, gobernado por un presidente cristiano en algunas ocasiones históricas, donde desde 2006, en 12 de los más de 30 estados federales, está vigente la estricta observancia de la sharía (ley islámica que juzga casos considerados criminales, en los que es inconstitucional a nivel federal), sin olvidar la Guerra de Biafra, de 1967 a 1970, en la que acarretó más de 1 millón de víctimas, sobre todo de la etnia ibo, que anhelaban salir de la jaula territorial artificial de Nigeria.


Incluso durante el período pre-colonial, lo que ahora identificamos como territorio nigeriano nunca estuvo unido, conformando en la historia ancestral y medieval, una serie de actores geopolíticos, como el Reino de Benin, entidad política también conocida, en ciertas crónicas históricas, como Imperio oyo o Edo (1180–1897), Imperio Kanem-Bornu (c. 700–1846), Califato de Sokoto (1804–1903), relativamente protagonistas África occidental, a veces abarcando regiones de los actuales Estados africanos colindantes que, actualmente, no raramente también conforman, así como el Estado nigeriano, otras entidades políticas artificiales. Además de ciertas naciones que anhelan su representatividad estatal, como los casos de la República de Oduduwa (manifestación administrativa del universo histórico-cultural yoruba) y la República de Biafra (la representación similar por parte de los ibos).


La gobernanza y unidad política a partir de la diversidad, la complejidad de la artificialidad de Nigeria.
La gobernanza y unidad política a partir de la diversidad, la complejidad de la artificialidad de Nigeria.

O sea, en ese sentido, podemos establecer al actual Estado de Nigeria, caracterizándolo como una prisión de pueblos, así como representó, dicho de paso, el Estado titoísta para las naciones serbia, eslovena y croata, que representan las únicas naciones auténticas, según su concepción semántica clásica de la ex-Yugoslavia. No en vano, lo que se convertería en el Reino de Yugoslavia (1929–1941), se llamó Reino de los Croatas, Serbios y Eslovenos, entre 1918 y 1929, parte como legado del renacimiento cultural ilirio ante los abusos austrohúngaros. Durante la época bajo la jurisdicción directa inglesa e incluso después de la independencia, ganada a principios de la década de 1960, el choque entre las fuerzas unificadoras y desintegradoras del nuevo Estado nigeriano ha sido un sello distintivo de la evolución política del país.


A los que están familiarizados con el fútbol, la selección de Nigeria lleva el apodo de Súper Águilas. Con apariciones frecuentes en mundiales, pocos saben el enorme grado de artificialidad del Estado moderno nigeriano, establecido por los ingleses en 1920, en el proceso colonialista de la Conferencia de Berlín, que se remonta a 1884 al juntar dos regiones antagónicas culturalmente. Nigeria, como estamos sosteniendo, configura uno de los mejores ejemplos de entidad política artificial, establecida por actores foráneos, atendiendo intereses ajenos a los de las poblaciones que pasan a estar sujetas al nuevo Estado conformado.


En su territorio, como señalado, han tenido, al menos, cuatro significativos Estados, anclados al concepto auténtico de nación, segundo la semántica clásica, como los casos del Califato de Sokoto (nación fulani), el Estado o Reino Hausa (que consiste en la nación nigerina por antonomasia, haciendo que, las zonas hausas de Nigeria puedan ser integradas a una especie de Gran Níger), la República de Biafra (entidad política conformada por la etnia ibo) y la República de Oduduwa (nación yoruba), que integrarían regiones de algunos de sus actores estatales limítrofes, siendo algunos de ellos también, dicho de paso, entidades políticas artificiales.


La estructuración del espacio político nigeriano puede entenderse en el contexto de una división dual, de carácter geográfico y religioso que opone, de manera muy genérica, un norte sunita políticamente dominante a un sur cristianizado y animista, económicamente más próspero. El país también se puede analizar desde la perspectiva de la distribución étnica de la población. Aunque esté formado por más de 250 etnias, cuatro son demográficamente dominantes. En la parte norte del país, los hausas y fulanis, aproximadamente el 32% de la población total y que, en su mayoría, profesa el sunismo. El suroeste, por su parte, es la zona por excelencia de los yorubas, su bastión territorial, alrededor del 21% de la población, parcialmente cristianizada, islamizada y animista.


Finalmente, la cuarta gran etnia, la de los ibos, alrededor del 18%, mayoritariamente cristiana, tiene como núcleo, el sureste del país, teniendo en la ciudad de Enugu, considerada la urbe del carbón, su bastión geográfico por antonomasia y excelencia. Estos cuatro grupos étnicos mencionados se distinguen por su fe religiosa, su identidad lingüística y sus raíces territoriales. El fuerte arraigo de los cuatro principales cuerpos étnicos que habitan el actual Estado nigeriano, sumado a sus antagonismos entre sí, convierte a que, la unidad estatal administrativa nigeriana, sea innegablemente, una titánica lucha diaria, elemento que evidencia el elevado grado de artificialidad del contemporáneo Estado nigeriano.


Sus respectivas expresiones demográficas, culturales, políticas y económicas les permitieron ampliar sus territorios históricos y satelizar a algunas minorías circundantes. Es decir, no se puede hablar de la existencia de una supuesta identidad nigeriana. Dicho Estado, emergido a este grado por las demandas geoestratégicas y económicas de la corona inglesa, en la coyuntura geopolítica de la Conferencia de Berlín, culminando con su creación en el escenario de la Primera Guerra Mundial, viniendo a obtener su emancipación política en la década de los 1960, no trae un respaldo histórico.


La entidad política que vino a conformar la Nigeria que conocemos actualmente, por lo tanto, como vemos, no tiene un pasado común y compartido para todos sus ciudadanos, tampoco elementos aglutinantes y componentes culturales comunes, factores esenciales para la consolidación de un alma colectiva. Sus habitantes se identifican con sus respectivas etnias, llamándose hausas, yorubas, fulanis o ibos, algunas de ellas trayendo severos pleitos, discordias, divergencias y antagonismos entre sí, aspecto que vuelve a reforzar la idea casi unánime del carácter artificial del cuerpo estatal nigeriano. Así siendo, podemos afirmar que, siendo claramente una entidad política artificial, recordando el hecho de que, todo que suele ser de esa naturaleza tienda a desaparecer, el Estado nigeriano no se sostiene por mucho tiempo, teniendo fecha de caducidad.


Si los cuatro grandes grupos representan alrededor del 70% de la población, el resto forma un quinto grupo que consta de más de 240 grupos étnicos, algunos de los cuales, están compuestos por sólo unos pocos miles de individuos, pero que no carecen de influencia. De hecho, estas minorías están bien representadas en las Fuerzas Armadas, institución de gran lobby, constituyendo la mayoría de la población de los estados federales del sureste, donde se ubican los principales depósitos de petróleo y gas natural.


Cabe recordar que, estos recursos minerales son la principal riqueza de Nigeria y representan, alrededor, el 90% de las exportaciones del país. Negándose a aceptar la hegemonía de las cuatro etnias mayoritarias, estos grupos minoritarios se han orientado a realizar complejas alianzas que, en muchos casos, les han sido favorables. Al parecer, estos grupos tendrían mucho que perder en una eventual implosión de la federación, por lo que, su táctica ha sido luchar para que Nigeria no se fragmente políticamente y, principalmente, territorialmente. Esto no significa que estos grupos étnicos tengan proyectos comunes, sino que en muchos casos, es todo al revés.


Existen varios intereses contradictorios e intensas rivalidades entre ellos que, no pocas veces, derivan en conflictos, especialmente en la zona sur del país. Por otro lado, fueron los principales beneficiarios del proceso de fragmentación político-administrativa de Nigeria, que pasó de tres estados federales en 1960 a más de 30 en la actualidad. El traslado desde la antigua capital del país, Lagos, ubicada en el suroeste, por lo tanto, en territorio Yoruba, a Abuja en el centro del país, ubicada fuera de las áreas núcleo de las cuatro principales etnias, indica la importancia que le otorga el gobierno central, a estos grupos minoritarios, elemento que no puede nunca ser ignorado si queramos entender una de las principales razones, por las cuales, Nigeria siga existiendo todavía, tras poco más de siete décadas de obtenida su Independencia, dado el enorme grado de artificialidad de su entidad política. En condiciones normales, el Estado ya hubiera implosionado internamente. Por mucho menos, Estados como la entonces Yugoslavia, por ejemplo, se ha desintegrado, aunque no podamos negar que, para serbios, croatas y eslovenos, únicas naciones auténticas de ese territorio, el Estado titoísta, por así decirlo, representó una prisión de pueblos.


Si el Estado artificial de Nigeria todavía no ha balcanizado territorialmente, además de la fuerza de las minorías, también se le debe, a una enmienda constitucional, que otorga cuotas a la etnia mayoritaria en su respectiva región o estado. Es decir, a través de decreto presidencial, para apaciguar y atenuar ciertas tensiones étnicas, los que sean mayoría en cierta región, ganan la preferencia de adentrarse en universidades, ocupar cargos públicos y recibir oportunidades laborales, además de espacios en hospitales, guarderías, restaurantes, etc. Por ejemplo, en Enugu, los ibos traen una preferencia. En Lagos, conocida históricamente como Èkó por los locales, los iorubas tienen la hegemonía local. O sea, el sistema de cuotas, otorgando preferencia étnica a la mayoría local ayudó, rotundamente, a la sobrevivencia del Estado artificial nigeriano, a lo largo de su efímera trayectoria independentista de seis décadas.


También cabe señalar que, incluso dentro de las áreas centrales de los cuatro grandes grupos étnicos, la composición de la población no es homogénea, siendo éste, otro de los fenómenos estructurales, que ayudan a explicar el enorme grado de artificialidad que representa la contemporánea Nigeria. Cada una de las grandes áreas (norte, suroeste y sureste) tiene grupos que son minorías étnicas o religiosas. Así, en el norte estrechamente sunita, hausa-fulani, se encuentran numerosos focos de población que siguen al cristianismo.


En el grupo yoruba, el que se presenta como más homogéneo desde el punto de vista étnico, existen rivalidades regionales, cuyas raíces están ligadas a la época de la esclavitud cuando grupos étnicos de la costa capturaban esclavos del interior para venderlos a los ingleses. En la Nigeria contemporánea, los descendientes de traficantes de esclavos conviven y son víctimas de este proceso. Este es otro factor que contribuye a explicar algunos de los rencores y antagonismos actuales, ayudando a aumentar el grado de complejidad que representa el estrechamente heterogéneo, en todos los frentes, Estado nigeriano, algo que explica la imposibilidad de una futura supuesta cohesión nacional.


Es decir, no hay trayectoria milenaria capaz de promover una armonía paulatina entre los cuerpos étnicos abordados, además de las minorías con sus profundos resentimientos entre ellas e intereses encontrados, a parte de los conflictos entre elementos de una misma agrupación étnica. Ni siquiera un sincretismo podría promover una integración, interacción o sinergia, ya que, como estamos viendo, no representan cuerpos predispuestos a fusionarse para que pudieran dar paso, a través de una simbiosis metafísica y de un sincretismo, que aprovechara la síntesis de la trayectoria histórica de esas poblaciones, a un alma colectiva tenaz, armoniosa y homogénea, que sería sostenida por elementos culturales e históricos, o sea, trascendentes. Nigeria, como estamos viendo, no tiene futuro. No necesitamos ser genios para darnos cuenta de algo que viene manifestándose a lo largo de las últimas seis décadas.


Otro aspecto por destacar consiste en el hecho de que, los ibos fueron, entre las cuatro grandes etnias, las que más emigraron de su zona núcleo a otras regiones, especialmente al norte del país. Durante los últimos 70 años, la historia de la parte norte de Nigeria ha estado marcada por persecuciones, hostilidades y verdaderos sentimientos anti-ibo. Son el objetivo, tanto por ser una etnia exógena, como por ser una minoría cristiana ubicada dentro de un área predominantemente sunita. Durante la Guerra de Biafra (1967–1970), hubo un éxodo masivo de ibos del norte hacia su área central.


Una vez finalizado el conflicto, se produjeron nuevos flujos de migrantes ibos hacia otras regiones del país. Los que se asentaron en el norte fueron, en diferentes momentos de la década de los noventa, víctimas de nuevas persecuciones. En la región sureste, a pesar del predominio demográfico de esos, el intento de expandir su influencia hegemónica es impugnado, siendo contestada por minorías étnicas, que no participaron al lado del bando separatista ibo, durante la Guerra de Biafra (1967–1970). Este hecho no fue pasado por alto por algunos sectores de la etnia ibo, sino todo lo contrario, se mantiene muy vivo en el imaginario colectivo de esa comunidad étnica, algo que hace que los viejos resentimientos no cesen.


Dicho eso, tras analizar esta complejidad y heterogeneidad cultural, se puede dibujar el mapa étnico-religioso de Nigeria de la siguiente manera: consta de cuatro grandes bloques. El sunismo, mayoritario entre las poblaciones del norte de etnicidad hausa-fulani, ha ido creciendo, junto a los yorubas en el suroeste. Los cristianos, que son mayoría en el seno de las etnias sureñas, especialmente entre los ibos y las pequeñas etnias vecinas, también están presentes en los focos y bolsones minoritarios del norte del país. Finalmente, los cultos animistas son expresivos en las poblaciones más al sur, especialmente entre los yorubas, que tienen un carácter idiosincrático ritualista casi sin precedentes.


Como estos cuatro grupos religiosos principales no coinciden exactamente con la distribución étnica, surgen situaciones complejas. En las últimas décadas, el sunismo ha crecido con fuerza en el suroeste junto con la etnia yoruba, cambiando la imagen del carácter sunita nigeriano, que, hasta entonces, era marcadamente, hausa-fulani. Sin embargo, los sunitas yorubas tienden a identificarse primero desde un punto de vista étnico y luego a indicar su preferencia religiosa. No obstante, la gran mayoría de los iorubas se mantienen animistas, componiendo un manto cultural-confesional animista sui generis por antonomasia.


La región norte ha sido un escenario constante de enfrentamientos durante las últimas tres décadas, debido al crecimiento de movimientos intransigentes, de corte terrorista, estimulados por entidades financiadas por países de Asia Occidental, especialmente Arabia Saudita, configurando elementos wahabitas, además de una ola de nueva evangelización de minorías étnicas no sunitas, alentadas por sectas protestantes, de carácter calvinista y neopentecostal. En este contexto, cualquier pequeño incidente puede resultar en estallidos de violencia, que solo ayudan a perpetuar las tensiones. El crecimiento del wahabismo, instigado por el capital saudí, se ha verificado sobre las fallas de los modelos occidentales que fueron ensayados por los diferentes gobiernos que ha tenido el país. Rechazando el proceso de globalización y condenando la ‘occidentalización’ excesiva de las élites corruptas, estos movimientos han reclutado simpatizantes especialmente entre la gran cantidad de jóvenes sin perspectiva que se apiñan en las periferias y barrios marginales de las grandes ciudades del norte del país, que constituyen, tristemente, una masa de maniobra fácilmente manipulable.


El etnocentrismo, el tribalismo, la persecución religiosa y el patrimonialismo han desempeñado un papel visible en la política nigeriana, antes y después de la independencia del país, en 1960. El proceso por la emancipación política también ha dado lugar a movimientos separatistas activos, como el MASSOB, a movimientos nacionalistas, como el Congreso Popular de Oodua, el Movimiento por la Emancipación del Delta del Níger y a una guerra civil.


Los tres grupos étnicos más grandes de Nigeria (hausa, ibo y yoruba), sin despreciar e ignorar a los fulanis, han mantenido una prominencia histórica en la política local, culminando a que, la competencia entre estos tres grupos, ha alimentado la corrupción y el soborno en el sistema político del país. Los ibos, aunque conformen una de las agrupaciones étnicas más numerosas, siendo el cuatro efectivo étnico más significativo, abarcando el 18% de la población de Nigeria, se han mantenido como una de las mayorías marginalizadas, parte como legado al ímpetu separatista, algo que resultó a un cierto rechazo colectivo por los demás.


Mosaico étnico en el actual territorio nigeriano.
Mosaico étnico en el actual territorio nigeriano.

Como en muchas otras sociedades africanas, el patrimonialismo y la corrupción extremadamente excesivos, siguen siendo importantes desafíos para Nigeria, siendo que, los fraudes electorales y otros medios de coacción, son practicados por todos los principales partidos políticos para seguir siendo competitivos. En 1983, el instituto de políticas de Kuru, juzgó que, solo las elecciones de 1959 y 1979, fueron testigos de una manipulación mínima, mientras todas las demás tuvieron un elevado grado de alteración, fraude y manipulación.


Por lo tanto, como estamos observando, así como RDC, Nigeria puede ser considerada una mini África. El historial de crisis fronterizas a lo largo y ancho del continente africano es tan bizarro que, tras 40 años de debates entre la correcta frontera, entre Benin y Nigeria, en 2003, la Corte Internacional de Justicia, empezó a evaluar las disputas entre ambos países.


En 2005, en el término del proceso, siete poblados nigerianos se transfieren a Benin, mientras, por otro lado, tres villas benineses cambian de país. La corte establece también que, 15 de las 25 islas en disputa en el río Níger, deben pertenecer a Nigeria, algo aceptado por Benin.


El problema de esta frontera ha sido el desmembramiento de la gran nación yoruba, por la Conferencia de Berlín, con la acción inglesa de crear una entidad política artificial llamada Nigeria, en detrimento de la República de Oduduwa, entre outras naciones colindantes, como, por ejemplo, el Sultanato de Sokoto y la República de Biafra, mientras las zonas hausas, como ya señalamos, pudieran integrarse a Níger.


4- El genocidio en Ruanda y sus antecedentes históricos


Una de las otras más representativas tragedias africanas consiste en el complejo tema del genocidio en Ruanda en 1994, escenario geopolítico que también abarca al vecino Burundi, entidad política que comparte con Ruanda, los mismos estamentos sociales tradicionales. O sea, de esa manera, es importante señalar que, los mismos conflictos étnicos, asesinatos, genocidios y atrocidades llevados a cabo en Ruanda, su vecino, Burundi, también los vivió, debido a la presencia de las mismas estructuras étnicas, aunque con una ligera diferencia en el porcentaje de cada una de ellas.


A los ojos del mundo, la rivalidad entre hutus y tutsis, dos de los estamentos sociales tradicionales más representativos de una misma sociedad, siendo por lo tanto, las camadas poblacionales mayoritarias en estos dos países de la región africana de los Grandes Lagos, se ha convertido, a lo largo de los años, en el resumen perfecto del sanguinario tribalismo africano y en la ‘prueba definitiva’ de que, las sociedades primitivas pre democráticas y, por qué no decir precapitalistas y pre neoliberales, no tienen cabida en un mundo avanzado, industrializado y desarrollado. Dicha visión reduccionista y superficial, lo que generalmente se deja por decir es que, las disputas entre grupos étnicos no siempre son impulsadas por odios ancestrales u otro cliché de ese tipo, sino por intereses concretos muy específicos en el tiempo y el espacio, a menudo creados, fomentados y estimulados por el colonizador.


Algunas de estas supuestas etnias, por ejemplo, ni siquiera sabían que existían hace un siglo y medio. Ingleses, belgas y franceses, sobre todo, con sus antropólogos terminaron creando una serie de etnias, a lo largo y ancho del continente africano, principalmente, en la masa terráquea subsahariana, al sur del Sahel. Entonces, la retórica del “odio eterno interétnico” es algo extremadamente reciente, fomentado totalmente por las prácticas colonialistas pautadas por la vieja estrategia de “dividir para imperar”. Hutus y Tutsis fueron dos de las etnias inventadas por los europeos, en este caso, por el aparato jurídico-estatal colonialista belga.


Se puede decir que, ni siquiera existe un consenso sobre lo que significa ser tutsi y lo que significa ser hutu. La hipótesis más extendida relata que, alrededor del siglo XV, las tribus de pastores emigraron de las zonas donde ahora se encuentra el territorio etíope a la región central de África, asentándose donde hoy se encuentran Ruanda y Burundi, ambas colonias belgas. Más altos, más delgados y de piel algo más clara, nariz fina y frente amplia, los tutsis, a lo largo de los siglos, se han ido adaptando a convivir con los pueblos considerados, por el imaginario colectivo, autóctonos, los hutus, con quienes llegaron a compartir la misma lengua y religión.


La diferencia física se volvió menos importante y la categorización, supuestamente étnica, quedó dormida, debido al constante mestizaje entre los dos grupos, supuestamente, étnicos mayoritarios, que, por lo tanto, consisten más bien, en su concepción semántica clásica en estamentos tradicionales de una misma sociedad. Tutsis, hutus y twas, comparten la misma lengua, religión y cosmovisión, siendo, como siempre lo hemos señalado, estamentos sociales y tradicionales de una misma sociedad compartiendo un universo histórico-cultural, que se remonta a siglos antes de la aparición colonialista de ciertas potencias europeas, en el caso, de alemanes, belgas y franceses.


En el mito nacional de Ruanda, existe el ancestro de todos los ruandeses, que se llamaba Gijanga, teniendo tres hijos: Gatua, Gauto y Gatutsi. En la noche del comienzo de los tiempos, el padre le otorgó una jarra de leche para cada uno de sus hijos, dándoles la misión de cuidarla durante la noche. Gatua, que era un torpe, despertó al medio de la noche y le dio un profundo codazo a la jarra de leche, perdiendo todo el líquido. Gauto, que era muy hambriento, estando muy sediento, despertó y tomó toda la leche. Solo Gatutsi fue capaz de preservar intacta la leche, cumpliendo su misión durante toda la noche original. Y, como resultado, de este acontecimiento, los descendientes de Gatua, los twas, apenas 2% de la población, fueron desheredados; los herederos de Gauto, los hutus, los más numerosos, componiendo el 83% poblacional, se han convertido en el estamento social inferior, es decir, se tornaron campesinos, condenados a este labor y, los que vienen de Gatutsi, que dejó la jarra de leche intacta, ganaron los rebaños, o sea, propietarios de tierras, algo diferente de pastores, ya que, no pastoreaban, siendo propietarios de rebaños, que era la medida de riqueza en la Ruanda ancestral y medieval.


Veamos bien, este mito original de la nación ruandesa, es un mito estamental, pero es algo interesante, pues los tres estamentos presentados, tienen el mismo ancestro común. Este es el mito de la Ruanda original, profunda y auténtica, la pre-colonial. No obstante, con la llegada de los belgas, se empieza a cambiar percepciones respecto al mito original nacional presentado. Entran los famosos belgas y, tras la Primera Guerra Mundial, heredaron la colonia de Ruanda y Burundi de los alemanes, derrotados en el conflicto. Mucho antes de que los sudafricanos inventaran el sistema de apartheid, los belgas comenzaron su propio sistema de segregación social, implementándolo en la región de los Grandes Lagos africanos, una división arbitraria, que traería consecuencias trágicas futuras.


En un movimiento brillante a primera vista, ya que, era una estrategia de dominación, pero que tendría consecuencias nefastas. Los belgas no revivieron la división étnica dormida, como muchos imaginan, sino transformaron estamentos sociales tradicionales de una misma sociedad en dos etnias, fomentando un ódio entre ellas y subcontratando el control político y militar a la minoría tutsi, que, en ese momento, comprendía el 10% de la población del país, creando así, una élite tutsi que gozó de un protagonismo político. En ese momento, prevalecía la visión estereotipada de que los tutsis, más claros y altos, supuestamente estaban más desarrollados y, por lo tanto, más aptos y capaces de liderar y gobernar.


Y bueno, ¿cómo saber quién era tutsi y quién era hutu, si las diferencias físicas a menudo se habían diluido a lo largo de los siglos? Sin problema. Los belgas encontraron una fórmula ingeniosa. Recordando la tradición de manejar rebaños de los tutsis, decretaron que quien tuviera más de diez cabezas y ganado era aceptado, automáticamente, en esta categoría. Así se hizo, culminando a que, empezara a aparecer cédulas de identidad con identificación étnica, de manera que se relataba las expresiones, tutsi o hutu, un tercer grupo, los twas, abarcando el 1% de la población, pariente de los pigmeos, también terminaron categorizados. O sea, lo que hicieron los belgas, realmente, fue convertir estamentos sociales de una misma sociedad tradicional en etnias, desmantelando toda la armonía consagrada en milenios y siglos de una convivencia relativamente pacífica de una cierta comunidad autóctona africana. Con la credencial étnica, a lo largo de los años, se crearon también, obviamente, organizaciones de corte étnicos, como partidos, movimientos y organizaciones.


Pasaron treinta años en los que, los tutsis, fueron privilegiados por los belgas con educación superior, puestos de mando político en la colonia y mejores condiciones socioeconómicas. Los tutsis, el estamento superior, fueron destinados a ser los funcionarios públicos en la era colonial. En ese proceso, los belgas crearon su propia versión sobre el origen de los 3 estamentos sociales tradicionales, que no son etnias, sino que comparten la misma lengua, religión, cultura, no teniendo tampoco diferencias físicas. Hutus, tutsis y twas son estamentos tradicionales de una sociedad estamental. No obstante, cuando los belgas llaman los antropólogos, que terminaron haciendo una teoría que hoy está comprobada que no se sostiene, basándose que los hutus son los habitantes autóctonos, mientras los tutsis llegaron a lo largo del siglo XV y XVI, provenientes del sur de Etiopía, siendo resultado de flujos migratorios. En el nuevo mito nacional de Ruanda, otorgado por los belgas, los ruandeses no tienen el mismo ancestral, elemento que fue clave para desestabilizar a todo el país, pavimentando el camino al famoso genocidio de 1994. En la retórica pos-colonial ruandesa, hutus y tutsis, provienen de lugares diferentes, existiendo los ruandeses de verdad (hutus) y los extranjeros u invasores (tutsis).


Cuando los belgas manejaron Ruanda, los tutsis fueron privilegio, teniendo cuotas, funcionalismo público, universidades, colegios, etc. A finales de la década de 1960, con los movimientos independentistas que se extendían por África, los belgas se lavaron las manos y la Revolución Hutu llevó al país a la separación. En este entonces, se empieza a germinar la concepción que los tutsis son extranjeros, un componente positivo para los belgas, supuestamente ‘’más inteligentes, claros y dinámicos”, se tornó un valor negativo en el nuevo Estado ruandés, “invasores de Ruanda”. Ahí es cuando, el Estado ruandés, comandado por los hutus, va a promover sus propias cuotas. Antes, bajo la égida estatal belga, los tutsis tenían cuotas, bajo el paraguas de la dicha permanente revolución hutu, los hutus eran los privilegiados.


Este momento primordial en la historia ruandesa también se conoce como la época de las primeras masacres tutsis y la huida de las primeras generaciones a países vecinos, como Uganda, Tanzania y RDC. Sus hijos, tres décadas después, liderados por Paul Kagame, invadieron el país, en julio de 1994, para poner fin al genocidio. En la década de 1970, más precisamente en 1973, el ministro de Defensa, Juvenal Habyarimana, tomó el poder en un golpe de Estado y la ideología del llamado ‘poder hutu’, fue ganando fuerza paulatina y lentamente, a través del cual, los problemas económicos y el desempleo fueron atribuidos y vinculados a los tutsis, que restaban en el país. Algo impensado décadas antes de la llegada belga.


En Uganda, uno de los tres países que más había recibido refugiados tutsis, durante los años bajo el paraguas gubernamental de la severa y pesada ideología de la exclusividad étnica huta, en ese momento, surgió un ejército de rebeldes, liderado por Paul Kagame, que reunió a hijos de exiliados que crecieron alimentando el objetivo de regresar a la tierra de sus padres. En 1990, hicieron su primera invasión del territorio delimitado por las fronteras ruandesas y solo no tomaron el poder de Habyarimana, debido a la intervención militar francesa, aliada geoestratégica y geopolítica del régimen hutu. Tres años después, bajo la presión militar de los rebeldes por un lado y las potencias mundiales por el otro, el presidente aceptó un acuerdo de paz con Kagame, mediante el cual, se creó un gobierno de unidad nacional, que nunca se implementaría. Casualmente, los acuerdos se firmaron en Arusha, en el mismo edificio donde más tarde, operaría el tribunal de la ONU, para juzgar los crímenes de guerra y genocídio, que se dio a cabo en Ruanda.


No obstante, ante un escenario de enorme inestabilidad política interna y una incertidumbre geopolítica sin precedentes en la región de los grandes lagos africanos, en abril de 1994, lo que más se temía vino a sucederse para desatar una tremenda ola de violencia, un detonante que fuera usado como excusa para el estallido de una operación de masacres sistemáticas. Entre el 6 y 7 del cuarto mes del año, el avión de Habyarimana fue derribado cuando se acercaba al aeropuerto de Kigali, la capital de Ruanda, matándolo junto con el presidente de Burundi, que viajaba en el mismo vuelo.


El crimen nunca fue esclarecido y la hipótesis más aceptada es que, elementos de línea dura de su gobierno, descontentos con el acuerdo con los rebeldes y ya en una etapa avanzada de planificación del genocidio, decidieron eliminarlo para usar el incidente como una excusa para empezar la masacre colectiva de la ‘etnia’ que consideraban invasores del suelo ruandés. Esta resultó ser la señal verde para el genocidio, en el que, en unas horas, se establecieron bloqueos en las principales arterias de Kigali y se invadieron las casas de los principales políticos de la oposición o destacados y preeminentes políticos tutsis, además de hutus moderados, que no se salvaron, algo que ayuda a entender el elevado grado de violencia prepretada por los Interahamwe.


Las masacres que siguieron dejaron, en un lapso de 3 meses de una netamente mortandad popular, entre 500.000 y casi 1,5 millones de muertos, dependiendo de quién las estime, el número más utilizado es un término medio, 1 millón de víctimas. Comenzaron oficialmente el 6 de abril de 1994 y terminaron a mediados de julio de ese año, cuando el ejército rebelde del Frente Patriótico Ruandés, con base en Uganda, más precisamente en el extremo sur de ese país, cerca de la frontera con Ruanda, llegaron a Kigali, poniendo fin a tres meses de una increíble matanza colectiva, por la cual, por increíble que parezca ser, el propio gobierno indujo a los hutus a terminar con la vida de los tutsis. En otras palabras, suponiendo que murieran 800.000, sería algo así como 260.000 muertes por mes.


En comparación, para matar a cinco millones de personas, el secuestro territorial soviético en la Besarabia rumana, por ejemplo, tardó casi seis años, en 1940 y luego de 1944 a 1950 tras la recaptura del territorio arrebatado, o un promedio mensual de 69.000. En otras palabras, el genocidio ruandés fue casi tres veces más rápido que, lo sucedido en la frente oriental en la Segunda Guerra Mundial ente el irredentismo rumano y el expansionismo soviético y, lo que es más impresionante, se llevó a cabo sobre la base de instrumentos rudimentarios como machetes, hachas y lanzas, pues, como sabemos, los hutus ruandeses no tenían a su disposición máquinas de asesinato en masa “eficientes”, como las que se encontraban bajo el aparato estatal soviético.


5- Desestabilización continental, la Guerra Mundial Africana


Tras el final del genocidio, los hutus por temor a represalias por parte de los tutsis huyen a la República Democrática del Congo, chocando con los tutsis banyamulengues, desestabilizando la región, habitada por ellos durante más de 200 años. Esto genera una auténtica catástrofe en ese país, que llegó a sufrir un golpe de Estado en 1997, con una serie de sucesivos conflictos que involucran a varios países vecinos, como Ruanda, Angola, Namibia, Uganda, Zimbabue, Burundi y Tanzania, actores estatales que respaldan distintas facciones, grupos y movimientos guerrilleros, en la lucha regional por riquezas minerales, como diamantes, oro, estaño, cobre, cobalto, niobio, entre otros.


Este conflicto se conoce como la “Guerra Mundial de África” , debido a la gran complejidad de los actores involucrados, culminando con la detonante de un conflicto bélico regional de altas proporciones. Es triste imaginar que, en el apogeo del mayor evento deportivo del planeta, el Mundial 1994, se estaba produciendo una de las mayores matanzas en la historia contemporánea, culminando con la consumación de, innegablemente, otra gran tragedia africana de un impacto geopolítico que no ha estado aislado de las participaciones de las grandes potencias, aunque el entonces presidente estadounidense, Bill Clinton, el verdadero Carnicero de los Bálcanes, al ser interrogado sobre este conflicto, dijo que no movería fuerzas, con el argumento de que se trataba de un ‘’problema interno de Ruanda’’. Como hemos abordado, el conflicto tuvo una primordial y decisiva contribución francesa, con un profundo respaldo histórico colonial belga.


En la conclusión, podemos afirmar que, es precisamente en el contexto de este clima constante de tensiones confesionales y étnicas, que se puede entender el legado catastrófico de la Conferencia de Berlín en las fronteras delimitadas por los ingleses en el actual territorio nigeriano, de manera totalmente arbitraria, trazando y estableciendo fronteras artificiales, en 1914, algo oficializado en 1920, que unió el norte y el sur, muy diferentes en todos los ejes culturales, ganando su emancipación política en 1960. Teniendo en cuenta la complejidad de los problemas internos del país y de las tensiones latentes acumuladas, es casi un milagro que Nigeria no se haya desintegrado territorialmente, aunque el escenario más plausible para un futuro sea, a corto, mediano o largo plazo, la fragmentación nigeriana en, aproximadamente, cinco naciones que abarcarían también, territorios de países vecinos que también configuran entidades políticas artificiales, naciendo de la misma manera que Nigeria, a través de la Conferencia de Berlín.


Respecto al conflicto ruandés, se puede decir que, los belgas lograron no resucitar, sino crear e intensificar, una división estamental latente superando elementos que aglutinaban a la población ruandesa, como la lengua kiniaruanda y el cristianismo sincrético de corte animista, convirtiendo dichas poblaciones nacionales, en diferentes étnicas, en la medida en que, esta diferencia étnica, fue capaz de protagonizar uno de los genocidios más crueles de la historia contemporánea, culminando en un escenario totalmente incierto para las generaciones futuras, que vivirán en la región de los grandes lagos africanos, aún asolada, al menos del lado congoleño, en el ex-Zaire, por un escenario que se asemeja a un carácter anárquico.



[1] Márcio Forti es analista en relaciones internacionales, habla de história y geopolítica.

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