La compleja cuestión identitaria marfileña: de la artificialidad de la Conferencia de Berlín al concepto de Ivoirité de 1994, una conveniencia política-partidaria, camuflada de identidad nacional
- Márcio Forti
- hace 6 días
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Como sabemos, siempre que se quiera abordar el complejo escenario geopolítico africano contemporáneo, se hace necesario remontarse, por lo menos, a la Conferencia de Berlín de 1884–85, que consiste, en un parteaguas en la historia moderna del continente. Como nos presenta la historia, fue precisamente la Conferencia de Berlín, que repartió el continente entre ocho potencias colonialistas de Europa Occidental: Inglaterra, Francia, Bélgica, Alemania, España, Portugal, Italia y Países Bajos. Costa de Marfil, una de las entidades políticas africanas, que se formó desde entonces, estaría encuadrada bajo los territorios franceses de la llamada ‘África Occidental francesa’.
1- Contextualización histórica — Introducción
El territorio está habitado desde el paleolítico superior, como prueban algunos restos encontrados, pese a las dificultades para la arqueología por las condiciones del terreno y por la falta de tradición de excavaciones en el país. En la época antigua, en el norte se establecieron pueblos saharianos y, en el sur, los kru, venidos de Liberia. Aquí ya vemos, una gran diferencia entre norte y sur, que se manifiesta hasta nuestros días, como veremos a lo largo de este artículo. Los diferentes pueblos se organizaron en ciudades-Estado sin límites precisos, que sobrevivían gracias a las rutas comerciales. Se sabe que, en el transcurso del siglo XVII, se crearon algunos Estados bantúes en la región. Los primeros colonizadores europeos fueron los portugueses, quienes bautizaron al país por la cantidad de marfil que encontraron.
No obstante, aunque con las observaciones levantadas, la propia historia de Costa de Marfil es virtualmente desconocida, aunque se cree que existió ahí una cultura neolítica. Desde el siglo XVIII, el país fue invadido por dos grupos relacionados con los grupos akan. En 1843 y 1844, el almirante Louis-Édouard Bouet-Willaumez firmó tratados con los reyes de las regiones del Gran Bassam y Assinie, poniendo sus territorios bajo protectorado francés. A finales del siglo XVII, se inició la colonización francesa, con la conversión al catolicismo de los principales líderes tribales, aunque no se convirtió en propiedad oficial de Francia hasta 1893.
Francia tuvo su primer contacto con Costa de Marfil en 1637, cuando llegaron misioneros a Assinie, cerca de la frontera de la Costa de Oro (actual Ghana), convirtiéndo, oficialmente, en colonia, el 10 de marzo de 1893. El capitán Binger, quien había explorado la frontera de la Costa de Oro, fue nombrado el primer gobernador. Negoció tratados limítrofes con Liberia y Londres, por la Costa de Oro. Exploradores, misioneros, compañías comerciales y soldados franceses, entre otros actores, extendieron gradualmente el área bajo control francés tierra adentro desde la región de la laguna. Sin embargo, la pacificación no se cumplió hasta 1915.
De 1904 hasta 1958, fue una unidad constituyente de la federación de África Occidental Francesa, administrada desde París. Fue colonia y territorio de ultramar, bajo la Tercera República. Durante la Segunda Guerra Mundial, la Francia de Vichy permaneció en el control hasta 1943. Tras los enfrentamientos, la ciudadanía francesa fue concedida a todos los ‘sujetos’ africanos, se reconoció el derecho a organizarse políticamente y varias formas de trabajo forzado fueron abolidas. Se alcanzó un punto decisivo en las relaciones con Francia con el Acta de Reforma de Ultramar (Loi Cadre) de 1956, la cual transfería un número de poderes desde París a Gobiernos territoriales elegidos en África Occidental Francesa y también quitaba las restantes inequidades votantes.
2- La pseudo independencia, bajo la égida Félix Houphouët-Boigny: cordón umbilical con París
En diciembre de 1958, Costa de Marfil se convertía en una república autónoma dentro de la Comunidad Francesa como resultado de un referéndum que trajo el estatus de comunidad a todos los miembros de la antigua federación de África Occidental Francesa excepto Guinea, la cual había votado contra la asociación. Costa de Marfil se independizó el 7 de agosto de 1960, permitiendo que su membresía comunitaria caducara. Estableció la ciudad comercial de Abiyán, el mayor centro financiero, como su capital.
Como nos muestra la cronología de los hechos, la historia política contemporánea de Costa de Marfil está estrechamente asociada con la carrera de Félix Houphouët-Boigny, presidente de la república y líder del Parti Démocratique de la Côte d’Ivoire (PDCI) hasta su muerte, el 7 de diciembre de 1993. Fue uno de los fundadores de la Rassemblement Démocratique Africain (RDA), el principal partido político interterritorial preindependencia para todos los territorios africanos occidentales franceses, excepto Mauritania.
Houphouët-Boigny llegó primero a la prominencia política en 1944, como fundador del Syndicat Agricole Africain, una organización que ganó condiciones mejoradas para los granjeros africanos y formó un núcleo para el PDCI. Tras la Segunda Guerra Mundial, fue elegido por un estrecho margen para la primera Asamblea Constituyente. Representando a Costa de Marfil en la Asamblea Nacional Francesa desde 1946 hasta 1959, dedicó gran parte de su esfuerzo a la organización política interterritorial y posterior mejoramiento de las condiciones laborales. Tras sus trece años de servicio en la Asamblea Nacional Francesa, incluyendo casi tres años como ministro en el Gobierno francés, se convirtió en el primer ministro de Costa de Marfil en abril de 1958 y, al año siguiente, fue elegido como su primer presidente.
En mayo de 1959, Houphouët-Boigny reforzó su posición como figura dominante en África Occidental al llevar a Costa de Marfil, Níger, Alto Volta (Burkina Faso), y Dahomey (Benín) al Consejo de la Entente, una organización regional que promovía el desarrollo económico. Mantuvo la idea de que, el camino hacia la solidaridad africana, era por medio de la cooperación económica y política paso a paso, reconociendo el principio de la no intervención en los asuntos de otros Estados africanos, elemento que sería irrespetado por él en algunas ocasiones históricas. Las primeras elecciones multipartidistas se realizaron en octubre de 1990 y, Houphouët-Boigny, hombre fuerte en el país por décadas, ganó de forma convincente con más del 85 % de los votos.

3- Transición política, el invento del concepto de Ivoirité y el golpe militar de 1999
Houphouët-Boigny murió el 7 de diciembre de 1993, siendo sucedido por su diputado, Henri Konan Bédié, quien era presidente del Parlamento. Para ese entonces, el país ya vivía una significativa crisis socioeconómica, causada, sobre todo, por la caída de los precios internacionales del cacao y café (además del algodón y madera), algunos de los principales productos de exportación marfileños. Para que las personas tengan, una pequeña idea de la relevancia del cacao en la economía marfileña, el país es el primer productor mundial de cacao, su volumen de producción se sitúa en torno a 2,2 millones de toneladas y el sector supone alrededor del 10% del PIB y el 40% de las exportaciones.
En la historia de Costa de Marfil, el éxito es sucedido por el desastre. Desde su independencia de Francia en la década de los 1960, el país africano, el mayor productor mundial de cacao, disfrutó de una prosperidad excepcional. El llamado “milagro marfileño”. Los años de bonanza del sector del cacao y del café atrajeron a miles de inmigrantes de países vecinos, como Liberia, Sierra Leona, Guinea, Ghana, pero principalmente Mali y Burkina Faso, en búsqueda de trabajo en las plantaciones. Sin embargo, cuando a mitad de los 1990, la economía se estancó, algunos políticos sin escrúpulos utilizaron la gran cantidad de residentes extranjeros, más de un cuarto de una población total de 21 millones, como pretexto para fomentar el resentimiento social. Precisamente, en este momento, en el bienio 1994–1995, el entonces presidente, Henry Konan Bedie, lanza el concepto de “marfileñidad”, en referencia a la identidad cultural marfileña.

Tal “concepto”, en la práctica, más allá de una supuesta identidad cultural, fue un instrumento de discriminación contra los extranjeros e incluso contra los marfileños procedentes del norte del país, percibidos por una parte de la población, como descendientes de inmigrantes, cuando, en realidad, muchos de éstos, ya se encontraban en el actual territorio marfileño, mucho antes, incluso, de que se diera a cabo, el proceso de emancipación política, ratificado en 1960. Aquí ya vemos, la total incongruencia de esta imposición.
Las tensiones se agravaron con la reforma en 1998 del régimen de propiedad de la tierra, que reservó la misma a los “autóctonos”, que obtuvieran títulos de propiedad en reconocimiento de derechos consuetudinarios precedentes. Ahora bien, entre los burkineses instalados en el campo desde antes de la independencia (en realidad la mitad de ellos nacieron en el país) la mayoría había adquirido tierras (ya sea mediante compra o donación) y se consideraban “propietarios”, aunque no poseyeran títulos de propiedad. De ahí su apoyo a un Houphouët-Boigny, que había mantenido el impulso a la agricultura de exportación y favorecido la inmigración. Sin embargo, otros marfileños consideraban a los llamados “extranjeros” (una noción que fue ampliándose con el tiempo) como colonizadores de “sus” tierras y la reforma les reafirmó en esta percepción, especialmente entre la creciente masa de jóvenes urbanos desempleados por la crisis económica iniciada en los años ochenta y agravada con los planes de ajuste.
Precisamente, ante este escenario, empieza a ganar fuerza, el concepto de “marfileñidad”, que implica una definición restrictiva de la identidad “nacional”, obligando a que se probara los orígenes marfileños para poder votar o ser elegido. De golpe, la cuarta parte del país, considerada de origen extranjero (inmigrantes burkineses, malienses, ganeses, liberianos, etc.), que llegaron atraídos por la pujanza del cacao en los sesenta, pero también su descendencia), quedaba excluida de la política partidaria. Una exclusión que contribuyó a estigmatizar a buena parte de la población que habitaba el norte agrícola del país.
Como hemos visualizado en Asia Occidental, con una serie de países siendo creados, artificialmente, por el Acuerdo Sykes-Picot-Sazonov de 1916, siendo obligados a recurrir a mitos exóticos para generar algún tipo de unidad, identidad y cohesión, lo mismo sucedió con las artificialidades moldeadas por la Conferencia de Berlín de 1884–85. Y, como vemos, Costa de Marfil, hace parte integrante de esta lógica, pues, el país, como estado, es una creación europea. Esta frase no debe interpretarse como la expresión de un nacionalismo intolerante. No queremos despreciar y aún menos negar la historia de los pueblos que hoy forman la “nación” marfileña, tampoco las relevancias culturales de las diferentes agrupaciones étnicas que integran el complejo mosaico étnico-lingüístico del país. Nos referimos, sencillamente, al hecho de que, el aparato político y administrativo moderno de Costa de Marfil es de origen extranjero. Fue, precisamente, durante el periodo colonial cuando se inició el proceso de “puesta en valor” y organización político administrativa territorial de Costa de Marfil.
De acuerdo con esa tendencia, que como abordado, no tiene ningún respaldo histórico, Alassane Ouattara, actual presidente electo y nacido en el norte del país, fue vetado de participar en las elecciones presidenciales de 2000. Asimismo, la estigmatización de los norteños fue una de las causas principales de la guerra civil de 2002, que condujo a una partición de facto del país entre el norte y el sur. Una de las consecuencias de esa guerra fue la gran presencia de milicias y grupos paramilitares en territorio marfileño, que nunca llegaron a desarmarse y que, entre finales de 2010 y abril de 2011 (conocido como Segunda Guerra Civil), estuvieron siendo utilizados en el enfrentamiento entre los dos contendientes.
El enfrentamiento entre los dos herederos de “El Viejo”, Henri Konan Bedié y Alassane Ouattara, no tardó en producirse tras la muerte del “padre fundador” del país. Bedié sucedió a Houphouët en diciembre de 1993, pero antes incluso de organizar elecciones presidenciales y presentar su candidatura, decidió alejar a Ouattara del escenario político marfileño, adoptando un nuevo código electoral en noviembre de 1994. En dicho código, se limitaba el derecho a la elección presidencial a quienes fuesen hijos de padre y madre marfileña. Por lo tanto, mucho más allá de, simplemente, anhelar recrear e institucionalizar una especie de identidad nacional, lo que estaba en juego era impedir e imposibilitar la candidatura de personas del norte, con una otra orientación étnico-lingüística, en este caso, en particular, de Ouattara. O sea, una evidente conveniencia política-partidaria, camuflada de la promoción de un supuesto identitarismo nacional.
Así nació un concepto cuyas consecuencias serían fatales y que todavía condiciona la vida política de Costa de Marfil, la “marfileñidad” (ivoirité, en francés), una suerte de xenofobia contra, al menos, un tercio de la población de origen “foráneo”, sobre todo, “burkinés” (de Burkina Faso, uno de los países vecinos) en su inmensa mayoría de religión musulmana, mientras, los marfileños se proclaman unánimemente católicos, aunque con una versión altamente sincretizada con profundos resquicios animistas. Los burkineses son la principal fuerza de trabajo en los grandes centros urbanos, concentrados en los barrios periféricos y más subdesarrollados. Ouattara, cuya madre era burkinesa (también se dice que su padre también lo es), no pudo, pues, presentarse a las elecciones y vencer a Konan Bedié. Se rompía así, el “clan Houphouët” en el que, la metrópoli confiaba, para mantener la ejemplar estabilidad. A partir de ese momento, muchos analistas convirtieron a Ouattara, en “el hombre de los estadounidenses”, debido tal vez, a los puestos de responsabilidad que desempeñó en el FMI en Washington en otras épocas.
Por lo tanto, una de las claves de la complejidad de este conflicto es la existencia de un resentimiento profundo y de larga duración entre ambas partes. La naturaleza heterogénea de las fuerzas implicadas, que yendo mucho más allá de una simple tensión étnica, incluyendo todo tipo de motivos, como, intereses económicos, adhesiones personales, afiliaciones étnicas, preeminencia confesional institucional, recompensas sociales y políticas, hace muy complicado el control de la situación por ninguna de las partes. En 2011, los partidarios del mandatario saliente, Laurent Gbabbo, avivaron sentimientos nacionalistas que condujeron a un conflicto abierto que podría terminar en una repetición de la Primera Guerra Civil marfileña (2002–2007). Incluso con la victoria de las fuerzas militares de Ouattara, el conflicto no ha desaparecido y sigue vigente bajo otras formas.
Por otro lado, Costa de Marfil es el principal motor económico de África Occidental y si el caos se apodera del país, por mucho más tiempo, la economía de la región sufrirá un golpe duro. Algunos de los países vecinos más pobres, como Malí y Burkina Faso, difícilmente serían capaces de absorber el retorno de millones de ciudadanos y este hecho, a su vez, podría llevar a su propia desestabilización. Otros estados frágiles, como, Sierra Leona, Guinea y Liberia, también podrían verse salpicados por el conflicto marfileño. Además, en cierto modo, lo que está sucediendo en Costa de Marfil pone de relieve, no solo la debilidad del sistema político del país, sino que también, muestra la falta de autoridad real de organismos regionales, como la Unión Africana o la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, a la hora de aplicar soluciones diplomáticas a problemas políticos graves.
Henry Konan Bedie sería derrotado, el 24 de diciembre de 1999, por el general Robert Guéï, un excomandante de ejército sacado por Bédié, lo que configuró el primer golpe de Estado en la historia de Costa de Marfil. Se crea un Consejo, que aglutina militares y políticos, con fuerte presencia de la Unión de los Republicanos (RDR), liderada por el ex-primer ministro, Alassane Ouattara, opositor de Guéï. No obstante, la nueva constitución aprobada en 2000, anclada al concepto de Ivoirité de 1994–95, establece, en su artículo 35, que meramente, individuos con ‘ascendencia y ancestralidad’ marfileña, pueden asumir la Presidencia: “El presidente debe ser marfileño de origen, nacido de padre y madre marfileños de origen. No debe haber renunciado nunca a la nacionalidad marfileña. No debe haberse valido de ninguna otra nacionalidad”.
De esta manera, se impide la candidatura de Ouattara, cuyos padres son de Burkina Faso. La restricción discrimina la población norteña, que, en gran parte, proviene de burkineses, parte como legado de la existencia de mismas etnias en ambos países (recordar las fronteras artificiales heredadas de la Partición de África por los artífices de la Conferencia de Berlín), parte como legado de la fuerte inmigración hacia Costa de Marfil, para trabajar en la agricultura del café y cacao en las décadas del llamado 'milagro económico marfileño'. Costa de Marfil siempre ha sido una entidad política más próspera que sus dos vecinos norteños, Mali y Burkina Faso, lo que ayudó a incrementar una migración hacia el sur en búsqueda de, al menos en teoría, mejores condiciones de vida.

El efímero gobierno de Robert Guéï, siguió un descenso de la actividad económica y la junta prometió devolver el país al Gobierno democrático en el año 2000. Guéï permitió que se celebraran elecciones al año siguiente, pero cuando éstas fueron ganadas por Laurent Gbagbo, se negó en un principio a aceptar su derrota. Pero las protestas callejeras lo obligaron a renunciar y Gbagbo fue elegido presidente, el 26 de octubre de 2000. Robert Guéï es obligado a huir a Benín. Es decir, las elecciones presidenciales de octubre de 2000 fueron especialmente convulsas. Gueï interrumpió un recuento de votos que favorecía al eterno opositor, Laurent Gbagbo, que entonces contaba con el beneplácito de Francia. Finalmente, después de que se produjeran centenares de muertos en violentos enfrentamientos, terminó por reconocer la victoria de Gbagbo con un 60% de los votos pero con apenas un 37% de participación.

4- Complejo escenario político doméstico: severas tensiones
Asimismo, con el cambio de siglo irrumpió con fuerza una nueva generación, surgida de la Federación Estudiantil y Escolar de Costa de Marfil, la poderosa y temida Fesci. El líder de la rebelión armada del norte en 2002, Guillaume Soro, había sido secretario general de la Fesci. Y, en 1998, le sustituyó en el puesto, Charles Blé Goudé, apadrinado por Gbagbo, quien empezó a usar las estructuras de la Fesci, para controlar los campus universitarios, mediante la captación de becas y la extorsión de estudiantes y los pequeños comerciantes, que rondaban la universidad. En 2001, crea el Congreso Panafricano de Jóvenes Patriotas y, con el estallido del conflicto armado en 2002, la Alianza de Jóvenes Patriotas, que constituirán una milicia de choque xenófoba, que apoyaba a Laurent Gbagbo, es Soro quien ha salido ganando.
Irrumpen conflictos entre partidarios de Ouattara, que demanda nuevas elecciones, teniendo el respaldo del norte, de mayoría musulmana conformado por, entre otras, las etnias senufo y diula (aparentada en cuestiones lingüísticas con el bambara de Mali) y, de otro, Gbagbo, con fuerte apoyo del centro-sur, de mayoría cristiana y ancestralidad animista, por lo tanto, de confesión altamente sincrética, lo que recordaba, al hombre fuerte del país por cuatro décadas, Félix Houphouët-Boigny, de fuerte concepción animista, apodado de El Sabio y El Viejo. Este escenario de polarización política-regional, otorga al conflicto, sin lugar a dudas, fuertes connotaciones étnica-religiosas.
En 2002, un acuerdo de paz resulta en un gobierno de unión entre Gbagbo y Ouattara, que dura muy poco. Un motín de soldados en Abidjan lleva al inicio de la guerra civil. El gobierno culpa a Guéï. Primeramente huido en Benín, regresa al país, permaneciendo cerca de la frontera con Liberia, manteniendo como una figura en la escena política. Fue incluido en un foro de reconciliación en 2001 y accedió a abstenerse de utilizar métodos no democráticos. Guéï se retiró del acuerdo de foro en septiembre de 2002, pero fue asesinado, el 19 de septiembre de 2002, en el distrito de Cocody de Abiyán en las primeras horas de la guerra civil. Las circunstancias de su muerte siguen siendo un misterio. Su esposa y varios miembros de su familia, además del ministro del Interior, Emile Boga Doudou, también fueron asesinados. Tras la muerte de Guéï, su cuerpo permaneció en la morgue hasta que, un funeral se llevó a cabo por él en Abiyán, el 18 de agosto de 2006, casi cuatro años después de su muerte.
En pocas semanas, grupos rebeldes conquistan la mitad norte del país. En enero de 2003, gobierno y rebeldes forman un nuevo gobierno de unidad estatal, que se propone a acabar con la discriminación étnica, pero Gbagbo es acusado de no implementar lo pactado y el conflicto vuelve a todo vapor. En 2004, la ONU envía una fuerza de paz al país, impone un embargo a la venta de armas a Costa de Marfil y sanciones a su comercio de diamantes. Presiones internacionales llevan a Gbagbo a iniciar reformas, con el Parlamento eliminando la exigencia del presidente de tener ‘ancestralidad’ marfileña, que, en la práctica, significa, padres nacidos en suelo marfileño.
Tras los acuerdos de Uagadugú de 2007, que establecieron un reparto provisional del poder, Guillaume Soro fue nombrado primer ministro con Gbagbo. Pero en diciembre de 2010, le abandonó por considerar que el legítimo ganador de las elecciones había sido Alassane Ouattara. Una apuesta que le ha permitido volver a ser primer ministro con este último. En un giro copernicano, el 15 de noviembre de 2010, Bedié pidió el voto baulé para Ouattara, dejando a un lado una marfileñidad que sigue causando estragos. La reivindicación oportunista del “houphouetismo” apela a una renovada unión entre los del norte y del sur y a la mistificación nostálgica de una prosperidad perdida. De manera más sorprendente, Gbagbo se reclamará único heredero de Houphouët-Boigny, con el que, al menos en un punto, mantuvo una línea de continuidad no exenta de tensiones: la Françafrique. Este concepto fue acuñado, precisamente, por Houphouët-Boigny, para destacar de manera positiva, el mantenimiento de vínculos económicos y políticos con Francia, que mantuvo en todo momento, un contingente militar en el país y unos 12000 expatriados. Pese los enfrentamientos de Abiyán de noviembre de 2004 y la articulación de un discurso en torno a la defensa de la soberanía nacional, Gbagbo abrió la economía marfileña a las grandes corporaciones geofinancieras francesas (Bouygues, Bolloré, Total, Vinci y Orange).
Es, precisamente, en este escenario, en las presiones y embargos al país, en un contexto de envío de soldados de la ONU, que se daría a cabo, un incidente que nos hace refletir sobre la relación umbilical establecida entre París y Abidjan, desde las décadas de 1940 y 1950, algo que sería consolidado por Félix Houphouët-Boigny, siendo, no en vano, el artífice de la expresión, que todavía ecoa en el imaginario colectivo para retratar la relación entre Francia y sus ex-colonias del continente: Francáfrica.
Françafrique, castellanizado como Franzáfrica o Francáfrica, es una combinación de las palabras, France (Francia) y Afrique (África), usada para denotar la relación de Francia con sus antiguas colonias africanas, a veces extendida a las antiguas colonias belgas, como, principalmente, lo casos de RDC, Burundi y Ruanda, que, anteriormente, los dos últimos estaban asignados a Alemania, pasando a control belga tras la Primera Guerra Mundial. También incluye a Guinea Ecuatorial, donde los franceses ganaron influencia después de la independencia, aprovechando el vacío de poder dejado por los españoles. El término fue usado de forma positiva por Félix Houphouët-Boigny, presidente de Costa de Marfil, entre 1960 y 1993, en referencia al crecimiento económico y estabilidad política de ese país.
Sin embargo, en la actualidad, el término es utilizado en algunas ocasiones para criticar la presunta relación neocolonial, entre Francia y sus antiguas colonias africanas. Como nos enseña la realidad estructural, Francia se ha convertido en guardián de sus antiguas colonias africanas, protegiendo de esta manera, sus intereses geopolíticos y geoeconómicos, controlando una especie de “patio trasero” en el continente africano, aprovechando que esos países sufren flagelos, como debilidad política e institucional, guerras civiles y, muchos de ellos, la constante amenaza de grupos wahabíes.
A lo largo de sucesivos gobiernos franceses hasta Sarkozy, la defensa del “patio trasero” africano, a pesar de la evolución de formas y métodos, siempre ha seguido siendo un alto imperativo estratégico, motivada por tres preocupaciones: geoeconómicas, diplomáticas y geopolíticas.
5- Françafrique y su injerencia en Costa de Marfil
El 6 de noviembre murieron nueve soldados franceses en un ataque de las fuerzas aéreas de Costa de Marfil al campamento militar francés situado en las afueras de la ciudad de Buake, al norte del país. Las tropas acantonadas en el campamento de Buake formaban parte del contingente “Licorne”, componente esencial de la fuerza de interposición de la ONU (UNICI). Inmediatamente, el Estado Mayor francés, como era de esperarse, ordenó una “operación respuesta”, que se saldó con la destrucción de los cazas que participaron en el ataque y del resto de los aparatos de la fuerza aérea marfileña. En menos de una hora, toda la fuerza aérea marfileña (dos helicópteros MI-25 y uno MI-8) fue aniquilada, incluido un helicóptero de transporte al servicio del presidente Laurent Gbagbo.
Mientras se producía esta operación de castigo, pandillas de milicianos del presidente Gbagbo iniciaban una serie de asaltos, incendios, robos y violencias contra sociedades, instalaciones y residencias de ciudadanos franceses en la capital del país, Abiyán. Estos han sido los últimos episodios de una situación, que se remonta a la muerte en 1993 del “padre fundador” del país, Félix Houphouët-Boigny. La inestabilidad política resultante culminó en 2002 en una rebelión armada y el envío de una fuerza de interposición. A la crisis política marfileña se ha añadido una crisis económica igualmente grave y profunda. El interés académico de lo sucedido en Costa de Marfil es que, este enfrentamiento fratricida, marca el final del modelo neocolonial francés que, en este país, tenía características específicas. Pocos apuestan ya por la supervivencia o la regeneración de dicho modelo.
Varios liceos, librerías, sociedades comerciales y múltiples residencias fueron incendiadas. Se produjeron al menos diez violaciones (denunciadas) y algunos heridos entre los colonos que iniciaron la huida con la ayuda del contingente galo. Por su parte, tropas de comando marfileñas intentaron asaltar la base francesa donde se hallaba concentrada la 43 Bi-Ma (brigada de infantería de marina), situada cerca del aeropuerto internacional. Grupos de alborotadores se colaron en las instalaciones comerciales del propio aeropuerto y, tras robar en algunas tiendas, fueron desalojados por las tropas franceses que, a partir de ese momento, lograron cortar el camino a una multitud de manifestantes eufóricos y agresivos, algunos de los cuales, reivindicaban “un francés por cabeza”. La situación fue especialmente difícil en el exclusivo barrio de Cocody, donde se encuentran la presidencia de la República, las instalaciones de la embajada francesa y el hotel Ivoire, uno de los “puntos de encuentro” donde los residentes franceses fueron citados para ser trasladados por los contingentes del cuerpo “Licorne” hasta el aeropuerto internacional.
Durante tres días y, mientras continuaban en toda la capital del país, los incidentes (los asaltos, las violaciones y las palizas a los residentes franceses), se inició una operación para “extraer” a cinco mil franceses (de los quince mil instalados en Costa de Marfil) y de otras nacionalidades (entre ellos casi un centenar de españoles) en medio de los enfrentamientos entre las turbas de “patriotas” y las tropas de la “Licorne”. Tanto Laurent Gbagbo, como el presidente de la Asamblea Nacional marfileña, Mamadú Kulibali, reiteraron sus ataques contra el Estado francés y el propio Jacques Chirac. Gbagbo llegó a establecer semejanzas entre la incursión de “120 carros franceses en los alrededores de la residencia presidencial” con la invasión en 1968 de los tanques soviéticos en Praga.
El gobierno francés movilizó tras los incidentes contra sus ciudadanos en Costa de Marfil a los presidentes africanos amigos (Abdulaye Wade de Senegal, Omar Bongo de Gabon, Eyadema de Togo, Blaise Campaoré de Burkina Faso), es decir, verdaderos títeres, para anunciarles su decisión de convocar al Consejo de Seguridad de la ONU para que éste implementara un embargo de armamento contra el régimen de Costa de Marfil, como así fue tres días después. El presidente Gbagbo había advertido que, tras la destrucción de su fuerza aérea, estaba dispuesto a reponerla “dos o tres veces si fuese necesario”. El presidente en ejercicio de la UA (Unión Africana), el nigeriano Obasanjo, convocó al respecto una reunión en la ciudad de Abuja para apoyar la resolución presentada por Francia en el Consejo, mientras el presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki, viajaba a Abiyán para tranquilizar al presidente marfileño y conversar con los principales líderes de la oposición, especialmente con el ex primer ministro, Alassane Uattara, clave en la actual crisis y, para algunos, un político de futuro.
Tampoco el presidente Jacques Chirac, que ya había declarado en otros ayeres que, cuando Francia pierda su zona de influencia en África, se convertirá en un país de tercer mundo, tuvo pelos en la lengua durante los días posteriores al ataque contra las tropas francesas y los sangrientos incidentes posteriores. “No dejaremos que se desarrolle en Costa de Marfil”, advirtió en un discurso en Marsella, “un régimen que sólo puede conducir a la anarquía o a un sistema de naturaleza fascista”. “En un ambiente desastroso”, añadió, “se está desarrollando un sistema de enfrentamientos y tensiones: el Norte contra el Sur, los musulmanes contra los cristianos y ahora la caza del blanco, del extranjero, porque en estos momentos, no son solamente los franceses que huyen, también hay muchos marfileños que hacen lo mismo”. Quedaban un tanto lejos las críticas del propio Chirac a Bush, cuando se produjo la invasión de Irak, como no dejaron de constatar algunos analistas.
Gbagbo no perdió la oportunidad para reprochar a Chirac y a sus correligionarios gaullistas “haber sostenido durante cuarenta años el partido único, durante el “reino” del “padre fundador” del país, Houphouët Boigny, que era lo más parecido al fascismo”. “¡Fuimos nosotros los que estábamos entonces en la cárcel a causa de ese régimen de partido único apoyado por Francia!”. Mientras este intercambio de declaraciones y epítetos se producía, entre Abiyán y París, los medios de comunicación marfileños, controlados férreamente por los “patriotas” y sus milicias, avanzaban algunas propuestas un tanto extravagantes como, por ejemplo, “prender a los franceses y tomarlos como rehenes para obligar a París a que negocie”. El presidente Gbagbo mostraba, mientras tanto, un talante tranquilo ante quienes le preguntaban angustiados hasta qué punto el país podría sobrevivir sin los “cuadros” franceses que ahora huían. “Volverán”, contestó el presidente. “Una cosa es ser director de empresa en Costa de Marfil y otra, estático en Francia”.
El presidente marfileño ha intentado, a lo largo de la crisis, personalizar en Jacques Chirac, el origen y la responsabilidad de la misma: “No sé por qué Chirac me detesta ni por qué ha hecho todo eso. Desde que soy presidente nada hice contra los franceses y sus intereses aquí. No sé por qué se comportan con tanta arrogancia, como si fueran los patrones y nosotros, todavía, los esclavos”. Mientras la histeria colectiva de una “ancestralidad marfileña” alcanzaba todos los rangos de un país dividido en dos y Francia intentaba mover sus peones africanos con vistas a una reconciliación a medio plazo, los primeros análisis de riesgos y prospectiva empezaban a menudear en las Cancillerías europeas. Además, el Departamento de Estado, no disimulaba su preocupación creciente y su interés por lo que estaba sucediendo en lo que fue la perla de la corona africana de Francia.
Gbabgo contó siempre con el apoyo indisimulado del partido marxista francés, a muchos de cuyos dirigentes había conocido en la metrópoli durante los largos años de exilio que allí pasó. Su partido (el FPI, Frente Popular Marfileño) forma parte todavía de la Internacional marxista, aunque siempre estuvo cerca de ser excluído.
Nadie mínimamente informado debiera sorprenderse, sin embargo, por la actual crisis marfileña que es la continuación lógica de un permanente estado de crisis y agitación tras la desaparición de Félix Houphouët Boigny, más conocido como “El Viejo”, “El Sabio”, “padre fundador” del Estado, que jugó un papel importante en la política de la metrópoli durante la IV República. El régimen de Houphouët se basaba, obviamente, en el poder supremo y personal del líder, elementos anclados a una estructura totalitaria de partido único arropada por el poder militar francés y la presencia de varios miles de colonos encargados de que, la economía, una de las más prósperas del África ecuatorial de entonces, funcionara adecuadamente.
Costa de Marfil fue, por lo tanto, sostenida por los elevados precios del cacao y café, en el plano internacional, durante bastantes años, un ejemplo de estabilidad política y económica. Esto no era óbice para que, las peores características del régimen, totalitarismo, arbitrismo, entreguismo y corrupción, terminaran imponiéndose y el descontento creciese entre una población un tanto harta de soportar los sueños faraónicos de “El Viejo”, entre ellos la famosa “catedral” de Yamassukro, más grande que la basílica de San Pedro, una locura tropical digna de cualquier Tirano Banderas africano.
A la crisis política marfileña se le añade como es natural una crisis económica igualmente grave y profunda. En los primeros años del milenio, el país tuvo un crecimiento negativo. La caída del precio del cacao en el mercado mundial acelera el proceso de la profunda crisis socioeconómica. Si a esto se añade una cosecha de algodón mediocre, a causa precisamente de la huida en masa de los trabajadores burkineses (víctimas como muchos otros emigrantes de la xenofobia reinante en el país), además de la caída de un 43% en la producción de café, el panorama resulta más que preocupante. La pobreza de la inmensa mayoría del país, el paro, que en algunas zonas alcanza a la mitad de la población y la corrupción del régimen han convertido las zonas controladas por el presidente Gbagbo, en aquellos años iniciales del siglo XXI, en una bomba de relojería.
Es obvio que, el éxodo de los colonos franceses sólo puede intensificar la crisis económica y social, dado que, la dependencia del país hacia la ex metrópoli, no ha hecho sino crecer en los últimos años. Unos quince mil franceses estaban instalados en Costa de Marfil hasta 2004. Tras los acontecimientos de aquellos años tensos, cinco mil se han ido, además de otros mil ciudadanos originarios de países europeos y de Estados Unidos. Las imágenes de una ciudad, Abiyán, en llamas y en manos de grupos armados y agresivos, que los medios franceses han difundido a finales de 2004, para nada tranquilizarán a quienes decidieron tomar unas cortas vacaciones en la ex metrópoli antes de decidir el regreso definitivo. El propio ministro de Defensa marfileño dijo, quitándole importancia a la huida masiva, que “todos volverán y yo estaré aquí, en el aeropuerto, para recibirlos”. De ilusión también se vive.
Como hemos podido observar, la sociedad marfileña sufre la lacra del racismo antiblanco y de la xenofobia sobrevenida. El problema estriba en que se trata de algo arraigado y difícil de neutralizar porque desde el poder se han incitado este tipo de conductos y prejuicios hasta el punto que, el dirigente máximo de los llamados “jóvenes patriotas”, el “general” Charles Blé Gudé, cuenta con los medios materiales y políticos provenientes del gobierno y se ha convertido en un líder popular para quien los soldados franceses son apenas una gavilla de asesinos.
La comunidad africana e internacional no supo, en realidad, cómo hincarle el diente a la crisis de Costa de Marfil, cuya importancia estratégica está fuera de cualquier duda. En Costa de Marfil, se reproducen las causas y los síntomas de otras guerras africanas, tales como las de Ruanda, Liberia, Sudán del Sur, Sierra Leona, Burundi, Sudán y República Democrática del Congo: enfrentamientos étnicos y religiosos, crisis económica y social, preponderancia de los antiguos colonos, estructura productiva dependiente de la antigua metrópoli, lucha por el poder, corrupción, etc.
El interés académico de lo sucedido en Costa de Marfil es que este enfrentamiento fratricida marca el final del modelo neocolonial francés que en este país tenía características ejemplares. Pocos apuestan ya por la supervivencia o la regeneración de dicho modelo. Algunos analistas han señalado que, este conflicto, puede inscribirse en la lucha de influencias que Francia mantiene con Estados Unidos en África. Para justificar tal sospecha han recordado que los piquetes de “jóvenes patriotas”, que actuaron en Abiyán contra los intereses franceses enarbolaban banderas estadounidenses. Sea como sea, la Administración sigue con mucho interés lo que está sucediendo en este país antaño ejemplar.
Como estamos viendo, por detrás de la política de Françafrique se esconden, profundos intereses geoeconómicos, geoenergéticos, geoestratéticos y geopolíticos franceses. Los países involucrados proveen petróleo y minerales importantes para la economía francesa. Además, compañías francesas tienen intereses comerciales en varios países del continente. Podemos usar, por ejemplo, el caso de Níger (nación heredera de la estructura administrativa pre-colonial de los Songhai.
Hasta mediados de 2023, 1 de cada 3 lámparas ascendidas en Francia provenían del uranio nigerino, mientras, el 80% de las viviendas, en el país africano, no tiene electricidad, factor sumado a que, el 67% de la población vive abajo del umbral de la pobreza, con, 83,4% de los 11 millones, siendo analfabeta, lo que hace de Níger, tristemente, el país con la mayor tasa de analfabetos del planeta. La tierra de iletrados, también tiene una de las tasas de esperanza de vida más bajas: 42,9 años. Por si fuera poco, los países francófonos de África ayudan a sostener la imagen de Francia como potencia mundial, al brindarle votos de apoyo a las iniciativas francesas en la ONU.
Tampoco se puede olvidar que, aprovechando la cercanía geográfica y los estrechos vínculos entre Francia y Costa de Marfil, éste último del entonces “El Sabio”, ayudó en la caída del gobierno de Sankara en Burkina Faso en 1987. La política soberanita sankarista alienó y enemistó los intereses creados de un conjunto de grupos, que incluía a la pequeña, pero potente clase media de Burkina Faso, a los dirigentes tribales, ambos componiendo los entreguistas, quinta e sextas columnas (vendepatrias), que fueron despojados del derecho tradicional de larga data con el proceso de nacionalización y el pago de tributos, y, por último, los intereses geofinancieros, geoestratégicos, geopolíticos extranjeros de Francia y su aliado, Costa de Marfil.
En este sentido, mientras era ministro del interior de Francia, François Mitterrand señaló en 1957 que, “Sin África, Francia no tendrá historia en el siglo XXI”. Es, precisamente, este escenario que jugó un rol de enorme relevancia para el golpe de Estado, que se dio a cabo, en julio de 2023, dando un giro total en la política de este país del Sahel, consagrando el llamado despertar patriótico del Sahel, con la suma de los vecinos Mali, Burkina Faso y Guinea.
6- La crisis del 2010–11, la Segunda Guerra Civil marfileña: siguen los mismos actores
Los protagonistas del último episodio de la crisis política en Costa de Marfil, Laurent Gbagbo y Alassane Dramane Ouattara, son dos viejos conocidos que se han intercambiado los papeles a lo largo de las últimas tres décadas. Ambos han venido disputándose la herencia política de Felix Houphouët-Boigny, presidente entre 1960 y 1993, en una sucesión de elecciones siempre controvertidas y con el impacto de la guerra civil de 2002–2007, que todavía ecoa, totalmente, en el imaginario colectivo marfileño, con profundas secuelas estructurales, logísticas e institucionales.
Laurent Gbagbo (nacido en Man, de etnicidad beté) fue el principal opositor de Houphouët-Boigny, pero a la muerte de éste, el acceso al poder del delfín Henri Konan Bedié (de etnia baulé y responsable del partido único PDCI) frustró sus aspiraciones presidenciales. También las de Alassane Ouatara (diula étnico nacido en Dimbokro). Educado en el Alto Volta (actual Burkina Faso), Ouattara hizo luego carrera como economista en los Estados Unidos y trabajó en el Fondo Monetario Internacional hasta que fue nombrado primer ministro (el único que tuvo Houphouët-Boigny), en 1990. Su misión consistió en aplicar un duro programa de ajuste estructural. Fue Alassane Ouattara quien anunció la muerte del Vieux en 1993.
Y, como vimos, fue precisamente Bedié quien, en 1994, reformuló oficialmente el concepto de “marfileñidad” (ivoirité) para cortar de raíz toda posibilidad de que Ouattara, acusado de ser burkinés y no lo suficientemente marfileño, pudiera disputarle la presidencia. Una iniciativa que había partido de Gbagbo, que consideraba a los “extranjeros” como un voto cautivo, el “ganado” del PDCI. Por diferentes motivos, en las elecciones de 1995, los dos grandes perdedores en la carrera sucesoria se aliaron, por una vez, para boicotear su celebración.
Poco más pudo hacer Laurent Gbagbo durante un mandato dominado por conflictos militares, la búsqueda de delicados equilibrios políticos entre las distintas regiones del país y el afianzamiento de su poder personal, en parte con el apoyo de sus dos mujeres. Simone Gbagbo le ayudó a fundar el Frente Popular Marfileño, pero tras su conversión al milenarismo pentecotista desplegó una retórica xenófoba y antimusulmana que le llevó a amistarse con los llamados neocons estadounidenses y la cumbre israelí del Likud al tiempo que se alineaba a los musulmanes del norte. Su segundo matrimonio, por el rito malinké, con Nadiana Bamba, tuvo como objetivo,recuperar posiciones en el norte y apoyarse en el grupo mediático que dirigía “Nady”, el grupo Cyclone, que edita el diario ‘Le Temps’ y los semanarios ‘Le Temps Hebdo’ y ‘Prestige Magazine’.
Pero, la falta de un consenso en torno al establecimiento de un censo electoral fiable y aceptado por todas las partes, retrasó las elecciones hasta 2010, que volvieron a ser conflictivas y violentas. Gbagbo no dudó en llevar a cabo una campaña de terror, mientras las tropas leales a Ouattara, por su parte, atacaron indiscriminadamente a quienes consideraban partidarios de Gbagbo. Esta vez, sin embargo, se invirtió el guión del año 2000: será Ouattara quien cuente con el apoyo francés y quien finalmente acabe tomando las riendas del Estado.
7- Una mirada hacia el futuro: reconstrucción del país en un siglo XXI en transición y los desafíos de superar los traumas de la dependencia agrícola y francesa
Podemos afirmar que, la prolongada guerra de sucesión marfileña refleja el fracaso en la consolidación de un Estado postcolonial mediante la construcción de una comunidad imaginada y un sistema representativo multipartidista, a expensas de una multiplicidad de grupos étnicos, en un territorio caracterizado por una intensa movilidad transnacional. O sea, una entidad política artificial, moldeada por Francia, en la coyuntura geopolítica de la Conferencia de Berlín, que ha prosperado económicamente, entre 1960 y 1989, bajo la égida fuerte de Félix Houphouët-Boigny, meramente, por los elevados precios del algodón, cacao y café, en el mercado internacional. Además, un territorio que, en las zonas rurales, no es compartido en común, sino que se encuentra, privatizado y distribuido según líneas étnicas con el objetivo de potenciar la agricultura de exportación y la inversión extranjera.
Con urbes que, en poco tiempo han crecido en población y en complejidad, donde los jóvenes sólo encuentran como alternativas la emigración o su vinculación a algunos de los hombres que compiten por controlar los recursos del Estado, el país sigue estancado en una severa crisis estructural. Como nos evidencia la evolución histórica, no se puede depender de uno o dos productos, tampoco quedarse retrasado en la División Internacional de Estados, exportando productos agrículas y comprando poductos de alto valor agregado, teniendo un eterno déficit en la balanza comercial.
Como siempre lo hemos dicho y sostenido, se hace necesario, un eficaz proceso de industrialización, diversificación de la economía, un parque industrial dinámico y conectado con varios mercados, aumentando, severamente, la margen de maniobra, otorgándole oxígeno a las venas comerciales del Estado. Durante todo el gobierno Félix Houphouët-Boigny, que ha durado un poco más de cuatro décadas, no ha llevado a cabo, una política sostenible a largo plazo, anhelando un proyecto autárquico soberanista, sino, se basó, meramente, para la infelicidad de los marfileños, en la prosperidad del boom económico del sector agrónomo, sobre todo anclado a los elevados precios internacionales del café y cacao (mayor exportador), sin preocuparse con el desarrollo de la industria, promover la apuesta por valores de alto valor agregado y tampoco diversificar la economía y los socios comerciales, quedando, dependiente, tanto de dos productos agrícolas (teniendo déficit a mediano y largo plazo en la balanza comercial), como de la ex-metrópoli.

[1] Márcio Forti es analista en relaciones internacionales, habla de história y geopolítica.
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